Érase que se era una vez hace muchos, que en un país muy lejano llamado Icaria, vivían en un gran y hermoso castillo con muchas torres, foso y gran patio de armas, un rey y una reina jóvenes que se querían muchísimo.
La reina se llamaba Elisenda. Era bellísima, con un pelo largo, ondulado y rubio como el trigo. Su piel era blanca y suave. Su boca pequeña y siempre sonriente. Sus manos suaves, hechas para acariciar. Tenía un carácter dulce y alegre. Su afición favorita era la lectura y aunque en aquellos tiempos no había muchos libros, en su biblioteca de palacio los tenía prácticamente todos.
El rey se llamaba Arturo. Era alto, de anchas espaldas y fuertes brazos. Su pelo moreno y corto y adornaba su cara con un gran bigote. De buen corazón, sus aficiones favoritas eran la caza y montar a caballo. Casi todos los días montaba en su caballo favorito Relámpago y muchas veces lo acompañaba la reina Elisenda montada en su yegua Primavera. Era muy querido por su pueblo pues se preocupaba de hacer todas las obras y reformas necesarias para que nadie pasase hambre. Los impuestos eran bajos y si alguien cometía un delito lo juzgaba con justicia y benevolencia.
Lo tenían todo para ser felices. Bueno, todo no. Había una que les impedía serlo totalmente y era que tras diez años de matrimonio no habían conseguido tener un heredero a pesar de haber recurrido a los médicos más sabios del reino y haber tomado todo tipo de pócimas milagrosas. Cuando ya a empezaban a pensar que nunca serían padres un día mientras daban un paseo en caballo por los confines de su reino, al pararse en un arroyo para que bebiesen agua sus caballos, oyeron unos gemidos o mejor dicho, una especie de llanto que parecía el maullido de un gatito que venía de unos juncos cercanos. Se acercaron con curiosidad y descubrieron con sorpresa una canastilla y dentro de ella un bebé que al verlos dejó de llorar y les sonrió. Volvieron al castillo, le quitaron los ropajes que lo envolvían y vieron que era una preciosa niña, morena y de ojos verdes que apenas tenía unas pocas semanas de vida. Vieron también que en la canastilla había dos objetos, un pequeño colgante de plata con una gran perla ovalada rosa y un anillo de oro con un precioso diamante, lo que les hizo sospechar que la niña debía ser hija de una importante familia. Los funcionarios del Rey hicieron averiguaciones por todo el Reino para encontrar a los padres de la niña sin que finalmente consiguieran nada. Por ello, los reyes, que ya querían a la niña como si fuese su hija biológica, decidieron adoptarla, y hacerla su heredera. Le pusieron de nombre Alba, para que siempre les recordase que con su llegada había amanecido una nueva vida para ellos.
Los siguientes años fueron muy felices para la familia real y para todos los súbditos que habían llegado a coger un gran cariño a aquella niña que muy a menudo cabalgaba con sus padres en un precioso poni de color negro azabache y que siempre se paraba a hablar con los niños del reino y les regalaba alguna cosa, un caramelo, un dulce, un cuento o una moneda, o se bajaba del poni y jugaba un rato con ellos. A veces, incluso, salía a escondidas del castillo y se iba a alguna granja donde con sus amiguitos jugaba a dar de comer a las vacas e incluso les ayudaba a ordeñarlas, lo que, tiempo después, sin que ella sospechase nada, le sería muy útil. A su vuelta, siempre sucia, algunas veces era sorprendida por sus padres que le regañaban cariñosamente. Alba también desarrolló una gran afición por la caza, acompañaba al Rey en las cacerías y se cuenta todavía en el reino que nadie disparaba con la ballesta con tanta puntería como ella. Pero también le encantaba leer y conocer todos los detalles de la administración y funcionamiento de un reino. Al fin y al cabo, algún día sería la reina.
Un día que iba paseando a caballo con su madre la reina se desató una inesperada tormenta. Ambas se calaron hasta los huesos y la reina cogió un resfriado que se complicó en pulmonía. A pesar de que el Rey hizo venir a los mejores médicos de su reino y de los reinos vecinos, finalmente Elisenda falleció. Alba tenía sólo catorce años pero ya era una joven preciosa.
El rey Arturo entró en una profunda depresión. No quería saber nada del gobierno del reino, no salía a cazar ni a montar a caballo y apenas comía. Permanecía siempre encerrado en su habitación sin querer recibir a nadie. Sólo de vez en cuando dejaba entrar a Alba.
Los principales nobles preocupados por el estado de abandono del reino se reunieron para buscar una solución y como Alba todavía no tenía los dieciocho años exigidos por la ley para ser nombrada reina, decidieron nombrar regente al Conde Ataúlfo. Aunque ya tenía treinta años era todavía soltero. Enseguida se le metió en la cabeza que tenía que casarse con Alba y así llegar a ser Rey. Una y otra vez se lo proponía, cada vez de manera más apremiante e incluso amenazadora, diciéndole que o que casaba con él o le quitaría el reino pues al fin y al cabo no era hija verdadera del rey. Al cabo de unos meses, al no poder resistir tanta presión, aceptó ser su esposa con la condición de que, para `poder desempeñar dignamente el papel de vuestra esposa y reina, debo tener varios trajes: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas. Además quiero un abrigo hecho de toda clase de pieles de animales tanto domésticos como salvajes, de nuestro reino y de los reinos más lejanos. Ella pensó que así se lo quitaba de encima y mientras tanto, dado que tardaría mucho tiempo en conseguir todo lo que le había pedido, era posible que su padre mejorara y así se libraría del malvado Ataúlfo.
Pero el malvado no cedió, y las artesanas más hábiles del reino tejieron los tres vestidos con las telas y joyas que sus emisarios habían conseguido: uno de hilo de oro tan dorado como el sol, otro de hilo de plata tan plateado como la luna y el tercero de hilo de platino y brillantes tan brillante como las estrellas. Y sus cazadores mataron a un animal de cada clase del reino y de reinos lejanos y le quitaron a cada uno un trozo de su piel, con los que el peletero más afamado del reino hizo un abrigo de toda clase de pieles. Un año después Ataúlfo se presentó ante Alba exigiéndole que cumpliese su promesa. Ya no podía negarse y la boda se fijó para el mes siguiente, cuando Alba cumpliese los dieciséis años.
Esa misma noche, cuando el invierno empezaba, Alba fue a la habitación de su padre, le pidió su bendición y abandonó el castillo. Sólo se llevó consigo un hatillo de tela vieja en el que metió los tres vestidos, el colgante con la perla rosa y el anillo con el brillante, el abrigo de toda clase de pieles para poder abrigarse y una ballesta para poder cazar y alimentarse. Durante semanas caminó y caminó siempre hacia el oeste. Cruzó montañas, vadeó ríos, anduvo por extensas llanuras, alejándose cada vez más de su reino. Comía los animales que cazaba y de noche se escondía entre la maleza protegida `por su magnífico abrigo de pieles.
Una mañana de primavera fue sorprendida mientras dormía en el tronco hueco por un grupo de hombres armados que como estaba tapada con su abrigo de toda clase de pieles la confundieron con un animal y a punto estuvieron de atravesarla con sus lanzas de no ser porque al despertar y darse cuenta de lo que se le venía comenzó a gritar que no la matasen. Los hombres no le arrojaron sus lanzas pero Alba pensaba que su huida había acabado pues creía que los cazadores serían soldados del malvado Ataúlfo. Pero, afortunadamente para ella, resultaron ser un grupo de jóvenes que iban de caza acompañando a su joven rey Felipe, soberano de un reino vecino de Icaria. Como estaba sucia, olía mal, tenía el pelo desordenada y lleno de hierbas y hojas y cubría su cuerpo con el abrigo de toda clase de pieles nadie reparó en su belleza. Uno de los jóvenes que acompañaba al rey le dijo:
-Toda-clase-de-pieles (este sería su nombre desde entonces), vendrás con nosotros a palacio y ayudarás en la cocina. Acarrearás la leña, cuidarás del fuego y limpiarás las cenizas.
Y así fue. Vivía en los sótanos y se encargaba del fuego. Rara vez salía de la cocina si no era para acarrear leña. Poco a poco fue ganándose la confianza de la cocinera que era una amable anciana llamada Catalina que la tomó bajo su protección sin preguntarle nunca nada, ni siquiera cuando se dio cuenta de su gran belleza y excelente educación.
Llegó el verano con su calor y como el Rey y los cortesanos pasaban casi todo el día en los jardines y no hacía falta encender la chimenea salvo para cocinar, Alba recorrió todas las dependencias del palacio que llegó a conocer tan bien como el de su padre. Con la llegada del otoño el Rey Felipe cumplió los veinte años y con tal motivo se hicieron grandes fiestas en todo el reino y se organizaron tres veladas nocturnas con baile en Palacio.
Cuando empezó el primer baile, Alba pidió permiso a Catalina para ir a espiar en secreto el baile, diciéndole:
-Catalina, por favor, se lo suplico, permítame ir a ver el baile a ver los vestidos de las damas. Iré por pasadizos secretos y nadie me verá. Se lo prometo.
-Está bien, Toda-clase-de-pieles, pero en media hora tienes que estar de vuelta. No me encuentro bien y me tienes que ayudar en la cocina.
Alba fue corriendo a su rincón, se lavó, se peinó sus rubios cabellos y se puso su vestido dorado como el sol. Se deslizó por los pasillos secretos y apareció en el baile sin que nadie se diera cuenta. Cuando la vieron tan bella y radiante, con aspecto de princesa, todo el mundo se preguntó quién sería. El joven Rey se fijó y ella y quedó maravillado de contemplar semejante belleza. Inmediatamente la sacó a bailar. Cuando sonó la música y sonaron las notas del vals arrancaron a bailar. Lo hacían con tal maestría y delicadeza que parecía que se deslizaban sobre el suelo de mármol. Al acabar el vals, el Rey se inclinó para hacer una reverencia a la joven lo que aprovechó para escabullirse y volver corriendo a la cocina. Se quitó y guardó el vestido, re recogió el pelo y se tiznó con hollín la cara y las manos. Catalina le dijo:
-Trae más leña que tengo que hacer un caldo de ave para el Rey. Cuando acabe el baile le subiré un tazón, le gusta tomarlo después de bailar antes de acostarse.
Al día siguiente Toda-clase-de-pieles volvió a pedir permiso a Catalina para observar el baile y nuevamente se lo concedió. Se lavó, peinó y se puso el vestido plateado como la luna. Cuando el Rey la vio fue directo a bailar con ella. Esta noche bailaron dos valses y un despiste del Rey nuevamente se escabulló. Felipe, que notaba que se estaba enamorando de la joven, quedó sorprendido y meditabundo, pero poco después sonrió. Se le había ocurrido una idea. Esta noche de nuevo la buena de Catalina le llevó un tazón de caldo de ave al rey.
La tercera noche se celebró el último baile. Toda-clase-de-pieles obtuvo otra vez permiso de Catalina. Se lavó, peinó sus rubios cabellos y puso su mejor vestido, el más brillante que las estrellas. Al aparecer en la pista de baile, Felipe se le acercó y comenzaron a bailar tan animados y felices que todo los cortesanos dejaron de bailar y comentaban admirados que lo bien que bailaban y la buena pareja que hacían. Bailaron más de una hora y cuando se cogieron de las manos para iniciar el penúltimo vals Felipe puso un anillo en el dedo de Toda-clase-de pieles sin que ella se diera cuenta. Como las dos noches anteriores desapareció por sorpresa- Cuando llegó a la cocina, Catalina la estaba llamando a gritos. Solo tuvo tiempo de ponerse por encima el abrigo de toda clase de pieles. Catalina le dijo enfadada;
-Te has retrasado y no me encuentro bien. Voy a acostarme. Coge el tazón de caldo de ave y llévaselo inmediatamente al rey.
Así lo hizo. Llamó y pidió permiso para entrar en los aposentos reales. El rey que aún no se había quitado el traje de baile y estaba sentado delante de un espejo le dijo que se acercase. Toda-clase-de-pieles tenía mucho cuidado en no ser descubierta pero al alargar el brazo para dar la taza al rey dejo al descubierto su blanca mano con el anillo que le había puesto en el baile. Felipe la cogió por la mano y la sujetó. Ella quiso soltarse y escapar, pero el abrigo de pieles se le abrió y el rey pudo ver el brillo del traje de estrellas. Entonces tiró del abrigo y la princesa Alba apareció ante él en toda su belleza y su esplendor. Felipe le dijo:
-Eres lo más precioso que he visto jamás. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Te amo. ¿Quieres casarte conmigo?
-Sí, dijo, Alba que en realidad estaba enamorada de él desde el día en la lo vio por primera vez. Pero tengo que pedirte dos cosas.
-Concedidas de antemano, dijo Felipe.
-No, escucha atentamente lo que te voy a decir. No soy una pobre sirviente. Soy la princesa Alba del reino de Icaria y esta que te voy a contar es la historia de la razón por la que me hallo aquí.
Cuando acabó de contar la historia, Felipe, emocionado, le pidió que le pidiese los deseos.
-El primero es que en la boda quiero llevar mi anillo de oro y el colgante con la gran perla rosa y el segundo es que me ayudes a liberar a mi padre y recuperar mi reino.
-Por supuesto, dijo Felipe, y la boda será el mes que viene. Después organizaré un ejército e iremos a Icaria.
El día de la boda Alba estaba más hermosa que nunca. El traje de boda, blanco como la nieve con bordados de plata y oro, que había pertenecido a la madre de Felipe era espléndido. Sobre su cabeza llevaba una pequeña corona adornada con numerosas piedras preciosas como esmeraldas y zafiros. De su cuello colgaba el colgante de plata con la gran perla azul y un dedo anular llevaba el anillo de oro con el gran diamante. A la boda asistieron nobles de todo el reino y príncipes y princesas de todos los reinos próximos.
Al finalizar el espléndido banquete de bodas se inició el baile que, como es natural, abrieron los recién casados. De pronto se oyó un grito y alguien se desplomó sobre el suelo. Se trataba de la Duquesa viuda de Montemayor de las Altas Torres que al recuperar el sentido dijo que la joven reina Alba era su hija que le había robado el malvado mago Merlín hacía diecisiete años y que todos habían dado por perdida para siempre. El anillo y el colgante lo había puesto en los ropajes de la niña para que le diesen suerte y como prueba alegó que en el anillo en su parte interna debía haber grabada dos pequeñas torres. Alba se quitó el anillo y comprobó que era cierto. Ambas se abrazaron emocionadas.
Durante el mes siguiente Felipe organizó un ejército para recuperar el reino de Icaria para Alba. A su frente iban Felipe y Alba. Conforme avanzaban hacia el castillo del malvado Ataúlfo, las gentes del reino que reconocían a su querida princesa Alba se les unían y así formaron un ejército gigantesco. Cuando Ataúlfo se enteró, abandonó el castillo, dejándose olvidada la corona real, y echó a correr con tanto miedo que según cuentan algunos viajeros de lejanos países, aún sigue corriendo. Alba fue corriendo a la habitación donde permanecía encerrado su padre que nada más verla la reconoció y la abrazó entre lágrimas.
Al día siguiente, en una bonita ceremonia, Alba y Alejandro fueron coronados reyes de Icaria y así unieron sus dos reinos. Y vivieron felices y comieron perdices.
Edad de los destinatarios:
El cuento va destinado a niños de 3º de 2º Ciclo de Educación Infantil, de edades entre 5 y 6 años, aunque creo que también puede resultar adecuado para cualquier curso de Educación Primaria, al menos hasta los 1º años.
Aspectos respetados en la adaptación:
-He mantenido la estructura lineal de planteamiento, nudo y desenlace.
-Pareja real con dificultades para tener descendencia.
-Hija feliz en familia estructurada, aunque no sea hija biológica.
-Muerte de la madre, aunque por causas diferentes.
-Pretendiente rechazado por la princesa.
-Hija que abandona el núcleo familiar para no contraer matrimonio.
-En la huida lleva los tres vestido (dorado, plateado y de brillantes) el abrigo de toda clase de pieles y las joyas de su madre: colgante y anillo.
-Se ve obligada a sobrevivir en una naturaleza hostil.
-Boda por amor y logro de la felicidad.
-Finalmente llega a ser reina.
Aspectos modificados en la adaptación:
- He puesto nombre a todos los personajes así como a los caballos pues a estas edades (5-6años) los niños se identifican así más fácilmente con los personajes. Además, con nombre les resulta más fácil seguir la historia.
-La hija, Alba, no es biológica sino adoptada. He realizado este cambio por varias razones, entre otras porque a diferencia de la realidad actual, en los cuentos tradicionales los niños solían ser poco queridos y frecuentemente maltratados. Además, en nuestro país los niños adoptados, incluso de otras culturas y razas, son cada vez más numerosos y hay que dar esta idea de normalidad.
-He modificado la causa y el tiempo de la muerte de la madre así como el papel del padre por conveniencias de la nueva historia adoptada.
-Igualmente he transformado la educación recibida por la princesa.
-He suprimido la parte del incesto, ya que considero que es algo absolutamente innecesario e inadecuado a estas edades y en un contexto educativo/formativo. Por ello, he introducido la figura del pretendiente el malvado Regente D. Ataúlfo.
-Por último, a diferencia del cuento original, ella llega a ser reina, además del de su marido el rey Felipe.
Perfecto.
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